Un burro más inteligente que su amo
(Basado en Números 22)
Todo el mundo piensa que los burros son muy torpes. Por eso el insulto que se usa contra alguien para llamarle tonto muy frecuentemente es: ¡eres un burro!
Yo, sin embargo, conozco una historia que demuestra que muchas veces el
auténticamente “burro” es el propio amo de éste.
Había una vez un burro, bueno en realidad era una burra, cuyo nombre no conocemos – vamos a llamarle Hara- que pertenecía a Balaam.
La burra era muy fiel a su dueño; le ayudaba a llevar numerosas cosas de un lugar a otro: leña, alimentos, forraje etc. e, incluso, se dejaba montar cuando su dueño se desplazaba de un lugar a otro.
Balaam, por su parte, era un hombre muy apreciado en la región, tanto que los jefes de distrito le iban a consultar sobre sus problemas. Tenía fama de sabio, y lo era. Lo era la mayor parte de las veces. Cuando él emitía un juicio sobre algo o alguien solía tener razón; por ello hasta los reyes de la zona, sabiendo que él parecía tener control sobre algunos acontecimientos, le mandaban llamar.
Un buen día llegaron unos emisarios de parte de un rey de la tierra de Moab, el rey Balac, con el propósito de que fuera a ver a su rey y maldijera al pueblo de Israel; el pueblo, recién salido de la esclavitud, estaba ganando muchas batallas por la zona y los moabitas temían que se apoderaran de todo el territorio.
Cuando los emisarios llegaron a buscar a Balaam, este no quiso acompañarles ya que Dios le había dicho que no maldijera al pueblo de Israel, porque ese el pueblo era bendito. Pero pasado un tiempo vinieron otros emisarios más poderosos y Balaam accedió a acompañarles.
Montó en su burra y marchó hacia la casa del rey moabita. Pero a Dios no le gustó nada este viaje y se enfadó contra el profeta.
Ambos, burra y jinete, emprendieron el viaje y fueron hacia un paso en las montañas.
La burra Hara se dio cuenta de que no era el camino acostumbrado; atravesaron un río y se acercaron hacia una senda que se iba estrechando. Entonces la burra vio un personaje con vestiduras blancas; parecía una buena persona pero, sin embargo, tenía una espada en la mano y su gesto no era de amigo…
¡Bueno!- pensó Hara- mí amo sabrá apartarse. Pero su asombro fue muy grande cuando se dio cuenta de que Balaam conducía su montura hacia el hombre y casi le iba a atropellar; entonces se apartó y empezó a trotar por un prado.
El dueño se enfadó y le dio con la fusta hasta que volvió al camino. El desconocido no se divisaba.
Algo más allá, de nuevo, el personaje de blancas vestiduras con la espada en la mano les impedía el paso. Para evitarlo la burra se echó a un lado, pero eso hizo que la pierna del hombre rozara la pared. Balaam se enfadó de nuevo y castigó con el látigo a la burra.
Siguieron caminando pero el camino se iba estrechando más y más. Y. de nuevo,
apareció el hombre de las vestiduras blancas y, ahora, no había prados para desviarse; el camino estaba flanqueado por rocas. ¡Balaam se pararía! – pensó la burra de nuevo, pero ahora tampoco parecía haber visto ni al hombre ni a la espada. ¿Qué haría?
A pocos metros del desconocido y viendo que su amo seguía empujándole hacia delante, sin desviarse ni a derecha ni a izquierda, Hara tomó la determinación de dejarse caer, sólo que en su caída arrastró debajo a Balaam.
¡Como se enfadó éste! Se levantó como pudo y empezó a pegarle ciegamente a la burra, la cual tiraba hacia atrás intentando desprenderse de su amo al tiempo que profería sonoros rebuznos.
Hara vio al desconocido que contemplaba a la escena y que empezó a extender hacia ellos su espada. Entonces la burra rebuznó aún más fuerte; pero entonces su rebuzno cobró sentido a los oídos de Balaam.
-¿Porqué me pegas?- parecía decir la burra- ¿No te he servido durante años sin quejarme? ¿No te he dejado que me cargues y que me lleves de un lugar a otro? ¿No te ayudé en tus viajes? Y ahora ¿no ves que te estoy librando de un peligro cierto?
Balaam se quedó sorprendido. ¿Cómo podía entender a una burra? Pero todo lo que creía entender ¿no era verdad? Y de pronto vio lo que hasta entonces había estado escondido para él. Vio al desconocido y a su espada y entendió el mensaje. Desde el primer momento Dios no quería que maldijera a su pueblo pero como él no parecía entender usó a la burra Hara.
Balaam acarició a la burra y lentamente se retiró hacia atrás, dejando que ésta anduviera al paso, eso sí, con las espaldas doloridas por la injusticia de su amo.
Y ahora, ya me diréis si la burra no fue mucho más lista que su amo.
De la misma forma, siempre hemos de preguntar en cualquier circunstancia qué nos quiere enseñar o mostrar Dios que no vemos a simple vista.