Cuento del borriquito que supo servir


Mateo 21:2; Marcos 11:1-11; Lucas 19:28-40 y Juan 12: 12-19

Esta es la historia de un burrito precioso llamado Tolo. El burrito había nacido hacía unos dos años y había crecido sano y fuerte retozando cerca de su madre.

Al principio estaba siempre junto a ella pero a veces ella se tenía que marchar con el dueño quien era un hombre amable pero siempre muy atareado. ¡Claro, su mamá se iba a trabajar! Salía al campo y transportaba pesadas cargas hasta el mercado donde se vendían productos de las granjas de los alrededores: dátiles, aceitunas, tinajas con vino, cereales y a veces animales como conejos, pollos o palomas.

A nuestro burrito le hubiera gustado ayudar a su mamá; él ya era suficientemente fuerte así que, de vez en cuando, se acercaba al amo y se metía con su barrigota para que entendiera que ya podía llevar cargas, pero el amo se reía y le apartaba con la mano. De todos modos el amo le decía a su mujer “El pollino está creciendo mucho, dentro de poco nos ayudará”, pero no veía el día de ponerle las cinchas para que llevara paquetes; tendría que hacerlo poco a poco para que no se asustase y diera coces y saltos como hacían los caballos y los asnos.

Los hijos del dueño nunca le hacían daño. Cuando volvían de la escuela iban a verle y le acariciaban y corrían delante de él gritando y saltando y Tolo era muy feliz, casi tanto como cuando estaba con su madre.

Un día de primavera cuando el aire estaba lleno de perfume de azahar el burrito se encontraba en el patio, atado con una cuerda ya que últimamente le gustaba demasiado explorar por su cuenta; su madre, a su lado, comía hierbas tranquilamente.

De pronto levantó sus orejas. Había oído algo extraño; unos pasos, al principio lejanos, fueron haciéndose más nítidos. Eran dos hombres que entraron en el patio. No los conocía de nada.

Los hombres miraron a todas partes y al no ver a nadie comenzaron a desatar al burrito; en ese momento salió el amo quien al verlos les dio que por qué estaban desatando al burro. Los dos hombres levantaron la cabeza y le dijeron al dueño:

“No te preocupes, es sólo un momento, el Señor lo necesita, luego lo devolveremos”-y, ¡cosa extraña! el dueño no opuso resistencia.

El burrito estaba contento; ¡se iba de excursión! Pronto abandonaron la zona conocida y se adentraron en lugares que nuestro burro no había visto nunca; pasaron por un monte lleno de olivos donde encontraron a un grupo muy animado de hombres. Se acercaron y el corro principal se abrió quedando en el centro el burrito. Los hombres se reían y daban palmadas al burro.

-“¡Que bien!, es una montura muy apropiada, ya tiene edad para ser montada”
El burro se asustó algo. ¡Nunca había llevado nada encima y tenía miedo de no hacerlo bien!

Le pusieron un manto encarnado sobre el cuerpo y esperaron charlando y riendo. De pronto las conversaciones se detuvieron y un hombre se acercó. El burrito se estremeció.

El hombre no parecía distinto del resto, pero cuando miró a sus ojos todo su miedo, toda su cobardía, desapareció. Los ojos de aquel hombre miraban como nadie podía hacerlo. Su mirada parecía decirle: ¡no tengas temor, yo estoy aquí!; ¡no te preocupes, tú vales mucho y lo vas a hacer muy bien! ¡Yo te protejo! ¡Mi carga es ligera, no la notarás! ¡Camina conmigo va a ser un placer! ¡Te he escogido a ti para ir juntos porque tú eres único!

Y el burrito ya no tenía miedo, sólo quería trotar junto al hombre.

El hombre se montó sobre él. Las piernas casi le llegaban al suelo, pero el burrito se sintió que podía llevarle sin problemas; era como si el hombre casi no pesara. El burro se enderezó, levantó las orejas y se sintió como el mejor caballo.

Pronto la comitiva emprendió la marcha; el burrito con Jesús, que así se llamaba el hombre de la mirada dulce, iban en el centro y, alrededor, otros hombres; doce había contado. Bajaron por una cuesta y al pasar por unas casas donde jugaban unos niños, éstos dejaron los juegos y siguieron al burro y al resto de la comitiva; unas mujeres que llevaban palmas en las manos también se unieron al grupo y algo mas allá unos hombres dejaron de trabajar en las huertas y fueron detrás.

Poco a poco se fueron uniendo más y más gente, todos alegres y ruidosos. ¿De dónde salían? ¿Dónde iban?

El burrito tuvo temor de nuevo, pero al sentir la mano de Jesús sobre su cabeza se tranquilizó. La gente empezó a cantar; cogían ramas y palmas del camino y las agitaban y empezaron a cantar. Más y más gente venía y pronto hubo una gran multitud alrededor cantando y agitando las palmas. Bajaron del monte de los Olivos, que así se llamaba el lugar, y empezaron a cantar y a alabar a
Dios:

“¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, paz en el cielo y gloria en las alturas!”, y saltaban y echaban sus palmas delante del pollino; y éste iba como sobre una alfombra verde”.

Pronto empezaron a ver una ciudad grande que él no conocía, y entonces oyó suspirar al hombre a su grupa. ¡Sí, casi sollozaba!

Se detuvo al sentir que el hombre apretaba las piernas sobre sus flancos; esté se bajó y comenzó a descender por un camino desde el que se veía mejor la ciudad. Se paró algunos metros más abajo.

Todos se quedaron arriba pero Tolo le siguió. Se quedó asombrado al ver lágrimas en los ojos del hombre. Jesús lloraba y decía:

“¡Oh Jerusalén, si supieras y aceptaras todo lo que necesitas para tener paz no vendría ningún desastre sobre ti! ¡Cuántas veces quise juntaros como la gallina a sus polluelos y no consentiste! ¡Y en vez de eso matas a tus profetas!”

El burro ni respiraba; se sentía sobrecogido; casi podía sentir el dolor del hombre, pero cuando éste se volvió y le miró vio la misma mirada de amor en sus ojos y al burro le pareció que le decía ¡Gracias por acompañarme en este momento!

Siguieron camino hacia Jerusalén y ya en sus puertas Jesús les dijo a sus hombres que devolvieran el burro a su dueño y, dándole una cariñosa palmada, se alejó con el resto de la gente que seguían gritando y cantando.

El burro estaba feliz. El sabía que había visto algo muy grande y que otros no habrían entendido.

¿Cómo podía llorar Jesús cuando todos estaban aclamándole y diciendo lo maravillosos que era?

Volvió a su casa y desde entonces no tuvo miedo, ni se sintió inferior, ni pensó que las cargas que llevaban eran demasiado grandes que no las pudiera resistir… El había oído al maestro. Se había encontrado con Jesús, había visto su amor, ¡y todo tenía un nuevo sentido!