Objetivo
- Aprender a escuchar los deseos exactos de Dios.
- Saber que las órdenes de Dios hay que obedecerlas completamente.
- Conocer consecuencias de la desobediencia.
Antecedentes
La desobediencia es el pecado que aparta al hombre de Dios.
Desobediencia es cualquier acción o actitud que vaya en contra de las órdenes recibidas.
El pueblo de Dios ha recibido unas órdenes muy concretas, que vienen señaladas en las Sagradas Escrituras y todo olvido o trasgresión de esas normas implica pecado.
El pueblo de Israel, como todos los pueblos, y nosotros mismos, aún conociendo las órdenes divinas las olvidó frecuentemente y tuvo que sufrir graves
consecuencias. Después de 40 años deambulando por el desierto por fin los hebreos habían penetrado en la Tierra prometida, y lo habían hecho conquistando de manera milagrosa la primera ciudad que encontraron por el camino. Pero Dios les había dado instrucciones precisas acerca de lo que tenían que hacer cuando conquistasen Jericó. Y algunos no obedecieron.
Aplicación
Es fundamental entender que los mandatos de Dios son para acatarlos y tenemos la obligación por nuestro bien físico o moral de obedecer.
¿Qué pensarías de un enfermo que sólo se puede salvar con una medicina que le receta el médico y no la toma? ¿Es un necio? ¿Merece morir por no obedecer?
Recuerda que la medicina mejor en nuestra vida espiritual es la obediencia a Dios.
Lectura bíblica
Josué 6:18-19; 7
Texto para aprender
El obedecer es mejor que todos los sacrificios (1ª de Samuel 15:22)
Historia
Dios les había dado instrucciones muy concretas acerca de lo que tenían que hacer una vez conquistada Jericó: tomarían el oro y la plata y lo destinarían para los utensilios del Tabernáculo, es decir serían “consagrados” a Dios y el resto lo dejarían.
No debían tomar ninguna otra cosa de los habitantes de Jericó ya que eran considerados “anatema” es decir impuro, apartado de Dios.
Y con estas condiciones el pueblo, con la ayuda de Dios conquistó Jericó.
Tomaron el oro y la plata y se lo llevaron, pero un hombre llamado Acán tomó de lo prohibido.
Cerca de allí había una ciudad pequeña llamada Hai; y como vieron que tenía pocos habitantes se apresuraron a ir a conquistarla, pero con pocos hombres; es decir menospreciaron la fuerza de los de Hai.
Así que fueron unos 3000 hombres a luchar, pero el enemigo los persiguió y mató 36 hombres. Y el pueblo se asustó y Josué le preguntó a Jehová por qué les había abandonado.
El Señor le mostró que el pueblo había pecado a través de un hombre y le dio
instrucciones para solucionar el problema: primero deberían santificarse, luego ponerse en grupos por tribus y en cada tribu por familias y el Señor haría que el que fuera hallado “anatema” sería muerto. Así lo hicieron y, finalmente, se encontró que era Acán de la tribu de Judá.
Acán reconoció que había escondido un manto que le había gustado, y plata y oro que había guardado en su tienda.
Y como había mandado Dios él y su familia fueron muertos.
Una vez hecha justicia con el pecador, el Señor les dijo que podían volver a atacar a Hai.
Esta vez emplearon la astucia ya que dividieron las fuerza en dos grupos; un grupo numeroso con Josué al frente, fingieron que huían e los de Hai como la primera vez, y cuando todos los hombres salieron de la ciudad en su persecución, otro grupo escondido penetró en la ciudad la conquistaron.
Y así con la ayuda de Dios, poco a poco fueron venciendo a los habitantes de Canaan de tal manera que al poco tiempo toda la zona les pertenecía.
De todos modos había algunos pueblos que con engaños lograron hacer pactos con los israelitas y así salvaron sus vidas. Sin embargo el Señor no quería que se mezclaran con otros pueblos.