Objetivo
- Entender que las riquezas no dan la felicidad perfecta y eterna.
- Saber que Dios en nuestras vidas debe ser nuestro tesoro
Antecedentes
Vivimos en un mundo en que se nos dice continuamente que el dinero es importante, y eso no es lo malo, lo peor es que se nos dice de mil formas que es lo más importante.
Las personas del primer mundo viven angustiadas pensando que si no tienen dinero no son nada, y están afanadas intentando acumular riquezas que les permita tener tranquilidad en el futuro.
¿No quiere Dios que la gente tenga dinero?
Creemos que lo importante para Dios no es que la gente tenga dinero sino lo que hace con ese dinero.
¿El dinero y el afán por el dinero esclavizan? Entonces es malo.
¿El dinero permite vivir dignamente y ayudar a otros
más desfavorecidos? Entonces es bueno.
Jesús estaba en Perea, al otro lado del Jordán donde enseñó sobre muchas cosas.
Un día se le acercó un hombre y le dijo que convenciera a su hermano para que repartiera con él la herencia. Así pues había una herencia para repartir. Los padres había muerto y el hermano seguramente no quería repartir la herencia de manera honesta.
Jesús de manera inmediata le dice “hombre, ¿Quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?
Efectivamente Jesús no era ni juez ni se dedicaba a hacer de intermediario en los conflictos de los judíos. En definitiva, el no había venido al mundo para gobernar las cosas de este mundo sino para salvar al pueblo del poder del pecado y la muerte, es decir, a salvarlo.
Lectura bíblica
Lucas 12: 13 a 34
Texto para aprender
“Buscad el reino de Dios y su justicia y lo demás os será añadido (dado)” Lucas 13:31
Historia
Jesús se dirigió al pueblo y les dijo:
“Mirad y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bines que posee”.
Y les contó la siguiente parábola:
Hubo un hombre que había recibido una herencia, la cual se había multiplicado grandemente. Era muy rico. Poseía muchos campos donde crecían los cereales y vides, graneros y bodegas para las cosechas, vivía en una hermosa casa.
Un verano fue especialmente bueno. Caía la lluvia sobre los campos, salía el sol y el trigo y la cebada crecían y las vides se llenaban de sarmientos. El hombre se paseaba por sus campos y estaba contento. Pensaba, incluso en derribar los graneros y hacerlos aún más grandes para hacerse aún más rico.
Entonces dijo a su alma: ”Alma, tienes guardados muchos bienes para muchos años: repósate, come, bebe, regocíjate”.
¿Pensar en la eternidad?… ¡ni hablar! ¿Ayudar al que estuviera en necesidad? ¡Que trabajara duramente!, se decía ¿Convertirse a Dios para hacer su voluntar? ¡No tenía tiempo para pensar en eso! ¡Ya lo haría más tarde! ¿Daba por la noche gracias a Dios por su cuidado?
¡No! Su mente estaba centrada en las obras de ampliación que iba a acometer.
A los ojos del mundo él era un hombre de ÉXITO
Pero Dios juzgó de otra manera. Dios lo llamó INSENSATO. ¿Por qué? Porque aquella noche murió repentinamente y no había vivido ni preparado su vida para esa realidad. El no pensaba morir tan pronto.
¿Qué pasó con sus cereales, graneros, vides, bodegas, su hermosa casa….? Todo
se lo dejó. No pudo llevar consigo ni una partícula de lo que había acumulado. Otros recogieron su cosecha y llenaron sus graneros. Pero él se presentó delante del trono de Dios con las manos vacías.
Por ello tenemos que pensar siempre que, por muy brillante que haya sido la vida de un hombre, por muy honrado que haya sido en este mundo, se encuentra en una condición muy miserable a la hora de la muerte, a no ser que se haya enriquecido en el servicio de Dios.
Jesús siempre vivió de manera sencilla y habló a sus discípulos y a quien le quería oír de la necesidad de no afanarse por las riquezas y de no dedicar la vida a acumularlas.
¿Jesús no quería a la gente rica? ¡Claro que si! Pero el sabía que cuando se tiene afán por las riquezas se olvida uno de la caridad y del amor al prójimo.
No sólo poseemos bienes terrenales para administrar sino también talentos espirituales o intelectuales. Dios quiere que los usemos para extender su reino.