La desobediencia


Objetivos

Conocer que la desobediencia fue la causa de la separación entre Dios y el hombre.

Antecedentes

Adán y Eva vivían en el Paraíso, en el Edén, en el lugar de calma y comunión constante con Dios. Ellos estaban sin mancha y disfrutaban de toda la creación que Dios les había entregado. Disfrutaban de abundancia, placidez, alegría, sosiego, descanso y otras muchas cosas que la estancia en el Edén, y especialmente la presencia de Dios les otorgaba.

Pero algo se rompió, algo pasó que hizo que Adán y Eva perdieran aquel lugar de encuentro con Dios, simbolizado por el huerto del Edén.

Y lo que pasó se resume en una sola palabra DESOBEDIENCIA. Fue un hecho aparentemente pequeño el que llevó a Adán, Eva y a todos sus descendientes a verse sumidos en una vida completamente distinta donde las luchas, el trabajo doloroso, la escasez, la angustia son la consecuencia lógica de verse privados de la confianza de Dios.

Desde entonces el hombre, la mujer, la humanidad entera, intentan calmar esa ausencia de Dios de muchas maneras: trabajo, viajes, diversión, deportes e, incluso, negando la misma existencia de Dios.

Sin embargo hay esperanza; es posible volver a tener comunicación con Dios. Jesucristo pagó el precio que tenía nuestra desobediencia y con su muerte en la cruz nos ha vuelto a dar capacidad de encontrarnos con Dios y restaurar las relaciones rotas. Por medio de Jesús podemos volver a experimentar la vida de plenitud del Edén.

Lectura Bíblica

Génesis 3

Texto para aprender: “De todo árbol podrás comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás de él, porque el día que de él comieres morirás” (Gen. 2:16-17)

Historia

Adán y Eva estaban en el huerto creado por Dios para ellos. Podían disfrutar de todo menos de la fruta de un árbol especial. Era el árbol del conocimiento, el árbol mediante el cual se conocía el Bien y el Mal. Ellos no necesitaban conocer el Mal, sólo necesitaban conocer el Bien que era estar con Dios.

Pero un animal del huerto resultó ser astuto y malo. Era la serpiente. Se acercó a Eva y, de una manera muy pero que muy engañosa, le hizo creer que las advertencias de Dios no eran ciertas. El árbol, por el contrario, era bueno y si comían de él sabrían tanto como Dios. Eva continuó hablando con la serpiente y quedó convencida de que debía probar el fruto, y no sólo eso sino que debía ofrecérselo a Adán. Este, no sólo no rehusó sino que lo probó también. Y ahí se consumó el desastre.

Habían desobedecido a Dios.

Las consecuencias fueron inmediatas: se dieron cuenta que estaban desnudos y tuvieron vergüenza y miedo cuando oyeron que Dios los llamaba, y se taparon con hojas de higuera y se metieron en una cueva. Tampoco reconocieron su culpabilidad sino que se echaron la culpa mutuamente, el hombre a la mujer y la mujer a la serpiente. Y fueron expulsados del paraíso.

Adán y Eva salieron del paraíso y Dios puso a un Querubín con una espada para impedir que volvieran a entrar. Dentro estaba todavía el árbol de la Vida; si comían de él vivirían eternamente.

Y eso no podía ser.

Se encontraron solos frente a las alimañas salvajes y tuvieron que trabajar muy duro para que la tierra diera sus frutos y Eva tuvo hijos con dolor y la serpiente fue castigada a vagar sobre su vientre toda su vida. La situación fue realmente angustiosa; ellos, que habían conocido la comunión y la paz de Dios, se encontraban ahora fuera de su presencia.

Pero Dios prometió ya desde ese momento que se levantaría de los nacidos de Eva alguien que derrotaría al mal, al diablo, a la serpiente. Ese sería Jesucristo.

Cualquier desobediencia a Dios tiene terribles consecuencias pues nos separa de El y de su protección. Nos deja solos frente a la vida.

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