Los leprosos acuden a Jesús


Objetivos

  • Saber que Dios tiene poder para sanar.
  • Conocer el sufrimiento de los enfermos.
  • Entender que Dios sí quiere sanar a los enfermos.
  • Apreciar que sólo Dios tiene poder para perdonar los pecados.

Antecedentes

La lepra era una de las enfermedades más terribles en la antigüedad. Comenzaba por unas ulcerillas en la piel que iban invadiendo todo el cuerpo; primero picaban mucho pero después dejaban de doler y la carne se iba cayendo.

El hombre que pensaba que tenía lepra debía ir a que el sacerdote lo comprobase; éste le hacía volver al cabo de unos 40 días y confirmaba si tenía lepra o no la tenían.

Como la lepra en aquella época no podía curarse y era muy contagiosa, el enfermo era expulsado de su casa, de su pueblo y todas sus pertenencias quemadas. Se iba a vivir en cuevas con otros leprosos y salían a los caminos a pedir. Nadie se acercaba a ellos sino que desde lejos les arrojaban las monedas.

Los leprosos tenían la obligación de gritar cuando alguien se acercaba “inmundo” para advertir de su estado y de mover unas carracas que producían ruido. Con ello aquellos que no les habían visto bien podían alejarse con prontitud.

Su situación no podía ser más desesperada; obligados a salir de su medio, sin poder trabajar, sin poder relacionarse con nadie sano, vagaban sin esperanza de pueblo en pueblo mendigando un poco de comida.

Reflexión

¿Das gracias a Dios cada día por la salud?

Lectura bíblica

Lucas 5:12-16; Lucas 17:11-19.

Texto para aprender

  • Señor si quieres puedes limpiarme. (Lucas 5: 15)
  • Tu fe te ha salvado (Lucas 17:19)

Historia bíblica

La primera historia muestra a un hombre lleno de lepra; seguramente había oído hablar de Jesús y por eso le esperaba. Cuando lo vio corrió antes de que nadie lo detuviese y se arrojó a sus pies, con el rostro en tierra; ningún otro gesto podía dar más muestra de sumisión y humildad.

Jesús lo mira y espera. El hombre sollozando le dice:

“Señor, si quieres puedes limpiarme”.

Apenas alza sus ojos del suelo esperando la aceptación o el rechazo; Jesús es su única oportunidad.

Entonces Jesús habla: “Quiero, se limpio” y ¡Oh maravilla!, al instante el hombre nota que está limpio.

“Ve y muéstrate al sacerdote y no le cuentes a nadie lo que ha pasado, dijo Jesús”.

Pero el hombre una vez que le confirmaron que estaba totalmente sano, no pudo callarse y lo contó a quien le quiso oír. ¿Cómo iba a callarse, si ahora podía de nuevo integrarse en la vida normal, volver a su pueblo, volver a su casa. Y todos los que oían querían conocer a Jesús.

La fama de Jesús y el poder que emanaba de Él se iba haciendo más y más grande, de tal manera que siempre estaba rodeado de gente.

Pasado el tiempo otros leprosos se acercaron a Jesús. Ahora eran ya diez. Iban juntos por los caminos tocando sus campanillas y señalando que eran inmundos; al ver a Jesús se pararon lejos porque sabían que no les estaba permitido acercarse y alzando su voz dijeron:

“¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!”.

Jesús les vio, y les dijo que fueran a ver a los sacerdotes para que examinaran sus cuerpos, como era preceptivo, y ellos obedecieron. Mientras iban, fueron sanados. Sus cuerpos estana limpios, libres de la terrible plaga que era la lepra.Uno de ellos volvió muy contento a darle las gracias a Jesús; y se postró en tierra a sus pieslleno e gratitud; éste era samaritano, un pueblo nada querido por los judíos.

Y Jesús al ver que sólo había vuelto el extranjero le dio un regalo aún mayor ya que le dijo:

-“levántate, tu fe te ha salvado”.

A los diez les dio la sanidad física; ya podían hacer vida normal, trabajar, vivir en sus pueblos, estar con su familia, pero al samaritano le dio algo mucho mayor: la sanidad espiritual y con ella la llave para entrar por la gracia de Jesucristo en el cielo. Habría que resaltar en estas dos historias varios aspectos que animaron a Cristo a sanarlos:

Todos eran hombres necesitados.

Todos estaban desahuciados de los demás hombres.

Se acercaron a Jesús sin importarles las normas establecidas (que les prohibían acercarse a los hombres sanos.

Mostraron su humildad arrodillándose ante Jesús o alzando su voz pidiendo por su necesidad.

Al menos dos se mostraron muy agradecidos, el que fue sanado independientemente y el que volvió a dar las gracias.

Reflexión

Debemos contarle a Dios todas nuestras necesidades en oración. Y debemos también, cuando estas sean respondidas, dar las gracias. E, incluso, dar gracias porque Dios nos escucha aunque no responda como nosotros queremos.

,