Perdonaos los unos a los otros


Objetivo

  • Reflexionar acerca del significado del perdón.
  • Conocer que un cristiano que no perdona no está en la voluntad de Dios.

Antecedentes

Uno de los principales problemas de los cristianos, y de toda la humanidad es que no entendemos suficientemente la importancia de un corazón generoso.

Cuando alguien nos hace daño solemos reaccionar de manera airada y mantenemos el rencor durante mucho tiempo. Eso nos hace daño a nosotros especialmente.

Actualmente, incluso en la práctica de la psiquiatría, es decir de las enfermedades de la mente, es fundamental enfrentar a cada persona con sus rencores hacia situaciones difíciles o hacia personas injustas para ser capaces de perdonar.

Todas las personas necesitamos entender el valor fundamental del perdón. Sólo cuando perdonamos podemos seguir avanzando en la vida con libertad. La falta de perdón es una cadena que ata a las personas a la persona aborrecida o a la situación injusta. Sólo con un auténtico perdón quedamos libres.

La falta de perdón se acumula desde nuestra infancia; primero se odia o aborrece al niño que no nos dejaba el balón o que nos excluía de sus juegos, luego a la joven que nos despreciaba o nos decía palabras injustas, más tarde al vecino, al compañero de trabajo, al amigo injusto y un largo etcétera.

Jesús habló a sus discípulos acerca de este tema para que entendieran lo importancia del perdón.

Lectura bíblica

Mateo 18:23-35

Texto para aprender

“No juzguéis y no seréis juzgados” Lucas 6:37

Historia

Jesús acababa de contar a sus discípulos la parábola de “la oveja perdida” y, entonces, les dijo que la voluntad del Padre era que ninguno se perdiera.

Les dijo que si alguien cometía una injusticia (pecado) contra ti (por ejemplo) debías tener una conversación a solas con él para convencerle de su error. Si no hacía caso la conversación debía ser delante de algún testigo, no cualquiera sino alguien sabio y prudente; y si finalmente no había acuerdo había que apartarse de esa persona.

Y Jesús le dijo a Pedro que debía perdonar siempre (hasta setenta veces siete) a su hermano.

¿Y por qué debemos perdonar? La siguiente parábola lo explica muy bien.

Había un rey que tenía siervos a los que les había encargado hacer trabajos y, por tanto, le tenían que rendir cuentas. Un día el rey decidió hacer cuentas con ellos. En ese momento, cundió un gran temor entre los siervos porque muchos de ellos no habían sido muy diligentes. Además, según las leyes de aquel reino, cuando debías algo tenías que pagar no sólo con tus bienes (como en nuestra sociedad actual) sino también dando en pago como esclavos a tu mujer e hijos.

El rey mandó llamar a un siervo quien le debía diez mil talentos (imagina que diez mil dólares, euros o una cantidad importante del dinero de tu país), pero el hombre no podía pagar. Se arrodilló delante del rey y le suplicó que tuviera paciencia y que ya pagaría. El rey se conmovió y le perdonó toda la deuda.

Pero aquel siervo tenía a su vez un consiervo que también le debía, en este caso sólo 10 talentos, y le exigió que le pagara. El consiervo no podía pagar tampoco y, arrodillado, le suplicaba que tuviera paciencia y que ya ase lo pagaría. Pero el siervo, que había sido perdonado hacía poco, no tuvo compasión y le echó en la cárcel.

Pasado el tiempo el rey se enteró del suceso y mando llamar al siervo diciéndole: ¿Cómo no tuviste misericordia de tu consiervo especialmente cuando yo tuve misericordia de ti y te perdoné toda tu deuda?; por tanto serás echado en la cárcel hasta que pagues todo lo que debes.

“Porque si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano mi Padre no os perdonará”

Aplicación muy importante

Dios nos perdona cuando nosotros rogamos su perdón y lo hace de manera gratuita y generosa. Pero hemos de entender que nosotros contraemos con Él una deuda espiritual. ¿Cuál será esa deuda? Pues habremos de perdonar, a su vez, a nuestros hermanos, a nuestro prójimo y no sólo a los que queremos sino a los que no queremos.

Sólo así nuestro Padre celestial nos mantendrá cerca de él y no seremos arrojados a cárceles de odio, temor, rabia que nos inutilizan e impiden que crezcamos en la voluntad de Dios.

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